martes, 1 de marzo de 2022

TOC - 2do Domingo de Cuaresma - Transfigurando la Vida - Lc 9, 28-36

La Transfiguración de Jesús, estrecha la ya cercana relación con Pedro, Santiago y Juan.
Mateo, Marcos y Lucas nos dicen que Jesús se llevó a una montaña
a Pedro, Santiago y Juan, sus tres discípulos más cercanos.
Hay otras dos ocasiones en que Jesús escogió involucrar solo a estos tres discípulos.
Uno fue cuando trajo de la muerte a la vida a la hija de Jairo (Lc 8, 51; Mc 5, 37)
y la otra en el jardín de Getsemaní (Mc 14, 33).
En la Biblia, las montañas son frecuentemente lugares de oración y de revelación.
Quizá en la montaña iba a revelar a sus discípulos su intención
de ir en camino a Jerusalén para su ofrenda máxima: la ofrenda de sí mismo.

La Transfiguración es un misterio incomprensible para una razón no creyente.
Fue una especie de transformación sobrenatural.
Parece haber sido una glorificación temporal de Jesús, es decir;
Allí se vio, aunque momentáneamente, su futura gloria resucitada,
aunque no fue un cambio permanente, porque Jesús aún no había resucitado.

Hasta antes de la Transfiguración, Jesús hizo todo lo que el Padre le pidió hacer.
El cumplir la voluntad del Padre, libre y generosamente, se hace muy notorio
en su ministerio público de enseñanza, predicación y sanación.
Jesús ha enseñado la esencia de nuestra relación con el Padre y el Reino
que es el amor, la misericordia y el servicio.
Ha predicado que el Reino de Dios está abierto y que nunca se cierra,
ha sanado no solo cuerpos sinó también corazones, historias y voluntades.

Jesús está ahora listo para donar su vida y derramarla con su muerte.
Sabe que sólo así cumplirá de manera completa y perfecta la voluntad del Padre.
La vida de Jesús después de la Transfiguración, indica que Él ve lo real que es el camino que lo va a conducir a su muerte,
que aunque le cuesta, la acepta con valentía porque sabe que es parte del plan de Salvación de su Padre.
Por eso, no vacila ni trata intencionalmente de evitarla ni moverse de ella.

En Lc 9, 28-36, Lucas resalta que tanto en la Transfiguración como en su Bautismo,
su padre declara del mismo modo (en Mateo, es exactamente igual).
La voz de Dios desde el cielo declara: “Este es mi Hijo, el Elegido. escúchenlo". 
En esta nueva y dolorosa tarea para hacer la voluntad del Dios, Jesús  recibe una nueva aprobación del Padre.
Por eso, vemos que este evento afectó profundamente a Jesús.

Los tres discípulos que tuvieron el privilegio de observar este evento, también son profundamente afectados por la Transfiguración.
Pedro, Santiago y Juan vieron la brillante transfiguración del rostro y la ropa de Jesús.
Ellos vieron y escucharon a Moisés y Elías hablando a Jesús. Oyeron la voz del Padre desde el cielo.
Al considerar el efecto que esto debe haber tenido en ellos,
recordamos que la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo se produjo poco antes de esta Transfiguración.
Por lo tanto, la Transfiguración se convirtió en una poderosa confirmación mesiánica de Jesús para los discípulos.
Dios mismo había hablado desde el cielo declarando a Jesús como su Hijo, su enviado y su presencia.

Además de este evento, la predicción de la pasión de Jesús desconcierta a los discípulos.
Jesús les había dicho que debía ir a Jerusalén y morir, algo que no solo los desconcertaba,
sino que los enojaba y los desesperanzaba, porque eso no era lo que se suponía que debía hacer el Mesías.
Pero en la Transfiguración, Moisés y Elías discutían con Jesús su muerte venidera.
Ese evento sumado a la visión de los profetas les ayudó a tener las enseñanzas de Jesús acerca de su pasión
en una perspectiva apropiada, salvífica y liberadora,
aunque lo entendieron recién luego de su Resurrección.
Entendieron que la Pasión no es el final y que las promesas de vida eterna eran ciertas y reales.
Eso les ayudó en efecto, a saber "escucharlo".
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Lecturas Bíblicas en lenguaje Latinoamericano, ciclo C, 2do. Domingo de Cuaresma
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Primera lectura: Gen 15, 5-12. 17-18
En aquellos días, Dios sacó a Abram de su casa y le dijo:
"Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes".
Luego añadió: "Así será tu descendencia".

Abram creyó lo que el Señor le decía
y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo.
Entonces le dijo: "Yo soy el Señor, el que te sacó de Ur,
ciudad de los caldeos, para entregarte en posesión esta tierra".

Abram replicó: "Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?"
Dios le dijo: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero,
todos de tres años; una tórtola y un pichón".


Tomó Abram aquellos animales, los partió por la mitad
y puso las mitades una enfrente de la otra, pero no partió las aves.
Pronto comenzaron los buitres a descender sobre los cadáveres
y Abram los ahuyentaba.

Estando ya para ponerse el sol, Abram cayó en un profundo letargo, y un terror intenso y misterioso se apoderó de él.
Cuando se puso el sol, hubo densa oscuridad y sucedió que un brasero humeante y una antorcha encendida,
pasaron por entre aquellos animales partidos.

De esta manera hizo el Señor, aquel día, una alianza con Abram, diciendo:
"A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates''.
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Salmo Responsorial: Salmo 26, 1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14 (1a)
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?
R. El Señor es mi luz y mi salvación.

Oye, Señor, mi voz y mi clamores y tenme compasión;
el corazón me dice que te busque y buscándote estoy.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.

No rechaces con cólera a tu siervo, tú eres mi único auxilio;
no me abandones ni me dejes solo, Dios y salvador mío.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.

La bondad del Señor espero ver en esta misma vida.
Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía.
R. El Señor es mi luz y mi salvación.
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Segunda Lectura: Fil 3, 17–4, 1
Hermanos: Sean todos ustedes imitadores míos y observen la conducta
de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes. 
Porque, como muchas veces se lo he dicho a ustedes,
y ahora se lo repito llorando,
hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. 
Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse
y sólo piensan en cosas de la tierra.

Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, 
de donde esperamos que venga nuestro Salvador, Jesucristo. 
Él transformará nuestro cuerpo miserable
en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, 
en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.

Hermanos míos, a quienes tanto quiero y extraño: 
ustedes, hermanos míos amadísimos, que son mi alegría y mi corona, manténganse fieles al Señor.

O bien: Fil 3, 20–4, 1
Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro Salvador, Jesucristo.
Él transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo,
en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.

Hermanos míos, a quienes tanto quiero y extraño: ustedes, hermanos míos amadísimos,
que son mi alegría y mi corona, manténganse fieles al Señor.
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Aclamación antes del Evangelio: Cf Mc 9, 7
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: "Éste es mi Hijo amado; escúchenlo".
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús. 
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Evangelio: Lc 9, 28b-36
En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan,
y subió a un monte para hacer oración. 
Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto
y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. 
De pronto aparecieron conversando con él
dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías.
Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; 
pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. 
Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: 
"Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: 
una para ti, una para Moisés y otra para Elías", sin saber lo que decía.

No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; 
y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. 

De la nube salió una voz que decía: "Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo". 
Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.

Los discípulos guardaron silencio
y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
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