martes, 1 de marzo de 2022

TOC - 3er Domingo de Cuaresma - Llamados a Ser Vida - Lc 13, 1-9


En muchos países se ven campos cultivados con intensidad,
casi no queda una pulgada sin cultivar; se ven sembríos
de maíz, de trigo y otros cultivos en crecimiento.
En otros países quedan paisajes agrestes, salvajes y sin cultivar, son grandes extensiones intocadas por mano humana.
En ambos casos, sea la utilización de los espacios
como la conservación de áreas protegidas
muestran que somos capaces de dar frutos sin dañar la creación.

En otros casos, tierras extensas destruidas por el “progreso
y egoísmo de algunos pocos que extrayendo mineral acaban
con la vida de esos suelos, sub-suelos, ríos y atmósfera.
Con la anuencia de funcionarios corruptos, se prefiere favorecer grandes industrias extractivas, legales e ilegales en contra del bienestar común y el cuidado de la naturaleza.

Es triste ver a la gente que luchó tanto y con tanta pasión por la tierra
enfrentar el exterminio de las especies y personas en tierras descuidadas y destruidas.

Esas experiencias hacen de la parábola de la higuera estéril una parábola de nuestras vidas.
A cada uno de nosotros se le ha dado un pedazo de tierra en la viña del Señor para que produzca frutos.
Algunos producen frutos de vida y otros ninguno o de muerte.
Cada parcela es diferente y a menudo produce diferentes frutos.
Muchos optan por tener familia, otros crean empresas o participan en la gestión de ellas,
otros trabajan en instituciones públicas o privadas.
Muchos deciden dar frutos como: maestros, médicos, enfermeras, trabajadores sociales, sacerdotes,
otras profesiones de servicios sociales o trabajos similares.
Desarrollan la educación, medicina, servicios sociales o religión.
A cada uno se le encarga dar fruto en y con nuestras vidas, en los campos y cultivos a nuestro cuidado.
Por eso, es muy saludable hacer un balance del rendimiento de nuestra parcela personal,
para ver que clase de frutos hemos obtenido.

En las noches de verano, después de la dura jornada,
un buen granjero pasea por su tierra, para ver qué falta o sobra.
Apoyado a la puerta de su finca,
echa una mirada a sus cultivos y a su ganado,
piensa en lo hecho y lo que hay que hacer
para asegurar una buena y sana cosecha.
Eso mismo debemos hacer nosotros
para hacer un balance
de la calidad de nuestra vida familiar,
de nuestra participación o falta de ella en nuestra comunidad,
de nuestro compromiso con nuestros trabajos
y nuestros colegas, más allá de la exigencia de la ley.

Al pausar y revisar nuestras vidas, acciones, pensamientos y omisiones,
siempre vamos a encontrar nuestro verdadero lugar en este mundo.
Aunque pensamos que ya tenemos nuestro lugar fijo, lo cierto es que debemos ganarlo
y asegurarlo día a día para no ser como la higuera estéril,
que sólo ocupa el terreno y no da frutos.
Siendo humildemente honesto, pocos de nosotros admitirá
que tal vez alguien más haría él trabajo mejor que nosotros. Nadie es indispensable.

El poder de Cristo ha llegado para actuar entre nosotros, para abonar nuestras vidas,
para remover nuestras seguridades y fecundarlas.
Al igual que la higuera estéril, Dios nos da a todos muchas oportunidades, una y otra vez,
hasta que demos buenos frutos.
Dejemos que el Evangelio de hoy sea uno de ellos y nos haga fecundos.

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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano, ciclo C, 3er Domingo de Cuaresma
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Primera lectura: Ex 3, 1-8a. 13-15
En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro, Jetró, sacerdote de Madián.
En cierta ocasión llevó el rebaño más allá del desierto,
hasta el Horeb, el monte de Dios,
y el Señor se le apareció en una llama que salía de un zarzal.
Moisés observó con gran asombro que la zarza ardía sin consumirse y se dijo: “Voy a ver de cerca esa cosa tan extraña,
por qué la zarza no se quema”.

Viendo el Señor que Moisés se había desviado para mirar, 
lo llamó desde la zarza: “¡Moisés, Moisés!” 
Él respondió: “Aquí estoy”
Le dijo Dios: “¡No te acerques! Quítate las sandalias, 
porque el lugar que pisas es tierra sagrada”. 

 Y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, 
el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”.

Entonces Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de mirar a Dios.
Pero el Señor le dijo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto,
he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus sufrimientos. 
He descendido para librar a mi pueblo de la opresión de los egipcios, para sacarlo de aquellas tierras
y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel”.


Moisés le dijo a Dios: “Está bien. Me presentaré a los hijos de Israel y les diré:
‘El Dios de sus padres me envía a ustedes’;
pero cuando me pregunten cuál es su nombre, ¿qué les voy a responder?”


Dios le contestó a Moisés: “Mi nombre es Yo-soy”;
y añadió: “Esto les dirás a los israelitas: ‘Yo-soy me envía a ustedes’.
También les dirás:
‘El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob,
me envía a ustedes’. Éste es mi nombre para siempre.
Con este nombre me han de recordar de generación en generación”. 

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Salmo Responsorial: Salmo 102, 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11 (8a)
Bendice, al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre.
Bendice, al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades;
él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor hace justicia y de la razón al oprimido.
A Moisés le mostró su bondad y sus prodigios al pueblo de Israel.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento para enojarse y generoso para perdonar.
Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
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Segunda lectura: 1 Cor 10, 1-6. 10-12
Hermanos: No quiero que olviden que en el desierto nuestros padres estuvieron todos bajo la nube,
todos cruzaron el Mar Rojo y todos se sometieron a Moisés, por una especie de bautismo en la nube y en el mar.
Todos comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida espiritual,
porque bebían de una roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo.
Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto. 

Todo esto sucedió como advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos cosas malas como ellos lo hicieron.
No murmuren ustedes como algunos de ellos murmuraron y perecieron a manos del ángel exterminador.
Todas estas cosas les sucedieron a nuestros antepasados como un ejemplo para nosotros
y fueron puestas en las Escrituras como advertencia para los que vivimos en los últimos tiempos.
Así pues, el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer.

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Aclamación antes del Evangelio: Mt 4, 17
R.
 Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Conviértanse, dice el Señor, porque ya está cerca el Reino de los cielos.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
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Evangelio: Lc 13, 1-9
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús
y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos,
mientras estaban ofreciendo sus sacrificios.
Jesús les hizo este comentario: 
“¿Piensan ustedes que aquellos galileos, 
porque les sucedió esto,
eran más pecadores que todos los demás galileos?
Ciertamente que no;
y si ustedes no se arrepienten, 
perecerán de manera semejante.
Y aquellos dieciocho
que murieron aplastados por la torre de Siloé, 
¿piensan acaso que eran más culpables
que todos los demás habitantes de Jerusalén?
Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten,
perecerán de manera semejante”.
 

Entonces les dijo esta parábola:
“Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador:
‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado.
Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’

El viñador le contestó:
‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono,
para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ ”. 

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Oremos:
Padre de misericordia y origen de todo bien,
que en el ayuno, la oración y la limosna
nos muestras el remedio del pecado,
mira con agrado
el reconocimiento de nuestra pequeñez,
para que seamos aliviados
por tu misericordia
quienes nos humillamos interiormente.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
Dios, por los siglos de los siglos.

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