sábado, 1 de octubre de 2022

TOC - Domingo 27 - Los justos vivirán - Evangelio: Lc 17, 5-10

Muchos tienen necesidad de que otros opinen sobre sus actos, conductas y logros, quieren ser valorados o alabados.
A menos que haya una audiencia de algún tipo para validarnos, apenas pensamos que valga la pena hacer el esfuerzo.
Hasta piensan que es fácil vestir las cosas con una apariencia de virtud y podemos pensar que lo hacemos bien, sin embargo, solo Dios ve el corazón y conoce nuestros pensamientos.
Las opiniones de los demás importan sólo hasta cierto punto,
lo que cuenta a largo plazo no es la opinión humana,
sino cómo nos ve Dios.
Nada se compara con ese juicio.

La cuestión básica es si hemos sido auténticos seres humanos, pues por fidelidad, los justos vivirán para siempre.

La vida en estado de gracia, no depende de la reputación social, sino de nuestra calidad interior.
Como dice Pablo, uno ni siquiera puede juzgarse por completo.
Sobre la justicia, solo podemos confiar en la misericordia de Dios,
mientras hacemos un esfuerzo honesto para hacer lo correcto. Entonces se aplica el principio:
"para los que aman a Dios, todas las cosas funcionan y se interconectan  para el bien".

Si hacemos las cosas simplemente para la aprobación de Dios, ¿seríamos explotados por otros?
¿Si nos comprometeremos a ser justos y generosos hasta que otros también lo hagan somos realmente justos frente a Dios? El agobiante ritmo de vida en el que nos envolvemos, no es culpa de nadie y, a la vez es culpa de todos.
En esa carrera nos distraemos a veces de lo que más importa, el otro.

La solidaridad social solo es válida y eficaz cuando las personas deciden ejercerlas por sí misma, por propia voluntad.
Entonces es válido el dicho: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, más bien pregunta qué puedes hacer por tu país”. 
Al final de cuentas, en eso consiste el camino a la salvación,
en hacer lo que debíamos hacer para beneficial al otro.
Cuando hayamos terminado nuestra carrera
y el Maestro venga a juzgar nuestro servicio,
solo aquellos que hayan sido generosos
se sentirán como en casa en la compañía de Dios.

Luego veremos que esta era la forma correcta de vivir.
"Bien hecho, siervo bueno y fiel",
y diremos: "No fue más que nuestro deber". 

Los buenos servidores nunca son inútiles, por más ordinaria que parezca la tarea,
siempre es necesaria para el bien del conjunto, y cuanto mejor si está bien hecha.

Los criados que hacen bien  su trabajo, lo que de ellos se espera;
hacen su debida contribución a la vida, a Dios y a los demás.
Con Jesús como nuestra guía, siempre podremos hacer nuestro trabajo
de ese modo, sería como algo innato y normal, aunque los estándares nos parezcan muy altos,
siempre podremos terminarlos y respirar complacidos por lo bien que quedó.

Nuestras vidas serán valiosas y nobles, si elegimos vivirlas al servicio de los otros, eso también nos beneficia a nosotros.
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - Domingo 27 C
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Primera lectura: Hab 1, 2-3; 2, 2-4
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches,
y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme?
¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la opresión?
Ante mí no hay más que asaltos y violencias, y surgen rebeliones y desórdenes.

El Señor me respondió y me dijo:
"Escribe la visión que te he manifestado, ponla clara en tablillas
para que se pueda leer de corrido.
Es todavía una visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará;
si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta.
El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe".

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Salmo Responsorial: Salmo 94, 1-2. 6-7. 8-9 (8)
Vengan, lancemos vivas al Señor,
aclamemos al Dios que nos salva.
Acerquémonos a él, llenos de júbilo,
y démosle gracias.
R. Señor, que no seamos sordos a tu voz.

Vengan, y puestos de rodillas,
adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo,
pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo;
él es nuestro pastor y nosotros, sus ovejas.
R. Señor, que no seamos sordos a tu voz.

Hagámosle caso al Señor, que nos dice:
"No endurezcan su corazón,
como el día de la rebelión en el desierto,
cuando sus padres dudaron de mí,
aunque habían visto mis obras".
R.
 Señor, que no seamos sordos a tu voz.
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Segunda lectura: 2 Tm 1, 6-8. 13-14
Querido hermano:
Te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos.
Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación.

No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor,
ni te avergüences de mí, que estoy preso por su causa.
Al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio,
sostenido por la fuerza de Dios.
Conforma tu predicación a la sólida doctrina que recibiste de mí
acerca de la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.
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Aclamación antes del Evangelio: 1 Pedro 1, 25
R. Aleluya, aleluya.

La palabra de Dios permanece para siempre.
Y ésa es la palabra que se les ha anunciado.
R. Aleluya. 
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Evangelio: Lc 17, 5-10
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:
"Auméntanos la fe".

 El Señor les contestó:
"Si tuvieran fe,
aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza,
podrían decir a ese árbol frondoso:
'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y los obedecería.

¿Quién de ustedes, si tiene un siervo
que labra la tierra o pastorea los rebaños,
le dice cuando éste regresa del campo:
'Entra en seguida y ponte a comer'?
¿No le dirá más bien:
'Prepárame de comer y disponte a servirme,
para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú'?

¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan:
'No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer' ".
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Est 13, 9. 10-11
Señor, todo está bajo tu poder y nada puede resistir a tu voluntad.
Tú hiciste el cielo y la tierra, y todo lo que está bajo el firmamento;
tú eres el Señor del universo.
 
Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno,
que con amor generoso
sobrepasas los méritos y los deseos de los que te suplican,
derrama sobre nosotros tu misericordia
perdonando lo que inquieta nuestra conciencia
y concediéndonos aún aquello que no nos atrevemos a pedir.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo,
Dios, por los siglos de los siglos.
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