sábado, 27 de agosto de 2022

TOC - Domingo 22 - Dejando de lado el orgullo - Lc 14, 1. 7-14

El orgullo rige en el mundo.
La cultura empresarial actual nos forma en la asertividad,
el mercadeo agresivo y la superioridad general.
La modestia, la amabilidad y el respeto por las personas pobres
parecer ser de una época más amable, un mundo pasado.
La jerarquía en la iglesia, en el estado, en el trabajo o en la recreación, es muy apreciada.

Como en el Evangelio de Lucas, los asientos se organizan cuidadosamente
y se respeta estrictamente el orden jerárquico.
¿Son estas posiciones ceremoniales, entonces, asuntos de verdadero significado, que reflejan nuestro valor a la vista de Dios?
Lo cierto es que, todo lo que tenemos, talento, riqueza o ganas de triunfo
o lo que nos permite lograr nuestros objetivos, la tenemos de Dios.

Si ha llovido sobre nosotros “una lluvia generosa”, si tenemos un hogar para vivir,
si tenemos una posición cómoda es por el don de Dios y estamos destinados a compartir y cuidar.

Pero si dejamos que el orgullo gobierne nuestro corazón, nos apartamos de Dios.
Es ilusorio dedicarnos al servicio social buscando el brillo de la cámara.
No debemos tomarnos tan en serio la celebridad social y financiera.
Recuerda cómo otras personas viven vidas de desesperación silenciosa, plagadas de deseo y ansiedad.
Si nos cruzamos con ellos en la calle, ¿por qué no mostrarles algo de respeto y compasión?

En la ciudad del Dios vivo, todos son como un niño primogénito.
Como miembros de la familia de Dios, todos tenemos la misma dignidad.
¿Podemos remodelar nuestro estilo de vida a la luz de esto?
No estamos obligados a negar nuestros dones, solo a reconocerlos como dados por Dios
y actuar de manera responsable con los menos dotados o con otros dones.

Jesús rechaza el orgullo, porque se opone a la verdad y la solidaridad.
Nuestra salvación no se merece, no se puede reclamar,
porque la gracia de Dios es un don puro, un regalo generoso.
Es mejor acudir a Dios como un mendigo con esta simple petición: “Señor, ayúdame”,
aceptando nuestras limitaciones,
conscientes de nuestra necesidad del poder redentor de Cristo en nuestras vidas.
La gracia está más presente para quien se reconoce débil y necesitado. 

Como dice San Pablo, “estoy contento con mis debilidades y con los insultos,
las penalidades, las persecuciones, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 9s).
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Lecturas en lenguaje latinoamericano - Ciclo C - XXII Domingo Ordinario

Primera lectura: Eclesiástico (Sirácide) 3, 17-18. 20. 28-29
Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad
y te amarán más que al hombre dadivoso.
Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas
y hallarás gracia ante el Señor,
porque sólo él es poderoso y sólo los humildes le dan gloria.

No hay remedio para el hombre orgulloso,
porque ya está arraigado en la maldad.
El hombre prudente medita en su corazón
las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar.

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Salmo Responsorial Salmo 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11 (cf. 11b)

Ante el Señor, su Dios,
gocen los justos, salten de alegría.
Entonen alabanzas a su nombre.
En honor del Señor toquen la cítara.
R. Dios da libertad y riqueza a los cautivos.

Porque el Señor, desde su templo santo,
a huérfanos y viudas da su auxilio:
él fue quien dio a los desvalidos casa,
libertad y riqueza a los cautivos.
R. Dios da libertad y riqueza a los cautivos.

A tu pueblo extenuado diste fuerzas,
nos colmaste, Señor, de tus favores
y habitó tu rebaño en esta tierra,
que tu amor preparó para los pobres.
R. Dios da libertad y riqueza a los cautivos.

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Segunda lectura: Heb 12, 18-19. 22-24a
Hermanos: Cuando ustedes se acercaron a Dios, no encontraron nada material, como en el Sinaí:
ni fuego ardiente, ni obscuridad, ni tinieblas, ni huracán, ni estruendo de trompetas,
ni palabras pronunciadas por aquella voz que los israelitas no querían volver a oír nunca.

Ustedes, en cambio, se han acercado a Sión,
el monte y la ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial,
a la reunión festiva de miles y miles de ángeles, a la asamblea de los primogénitos,
cuyos nombres están escritos en el cielo.
Se han acercado a Dios, que es el juez de todos los hombres,
y a los espíritus de los justos que alcanzaron la perfección.
Se han acercado a Jesús, el mediador de la nueva alianza.

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Aclamación antes del Evangelio: Mt 11, 29ab

R. Aleluya, aleluya.
Tomen mi yugo sobre ustedes, dice el Señor,
y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.
R. Aleluya.

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Evangelio: Lc 14, 1. 7-14

Un sábado, Jesús fue a comer
en casa de uno de los jefes de los fariseos,
y éstos estaban espiándolo. 

Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares,
les dijo esta parábola: “Cuando te inviten a un banquete de bodas,
no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza,
el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten,
ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga:
‘Amigo, acércate a la cabecera’. 

Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados.
Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

Luego dijo al que lo había invitado:
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes,
ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos;
y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte;
pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.

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Sal 85, 3. 5
Ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día.
Tú, Señor, eres bueno e indulgente,
rico en misericordia con aquellos que te invocan.

Oración
Dios todopoderoso, de quien procede todo bien perfecto,
infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre,
para que, haciendo mas religiosa nuestra vida,
acrecientes en nosotros lo que es bueno y lo conserves constantemente.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos.

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