sábado, 16 de julio de 2022

TOC - Domingo 16 - Escuchándolo Mejor - Lc 10, 38-42

En el salmo 4, 8, el salmista le pide a Dios que le explique: "¿Qué son los humanos para que te preocupes por ellos. O un mortal para que lo tenga en cuenta?" Se dice que cuando se trata de descubrir el significado de la vida humana y de nuestra existencia en este mundo, somos como los pigmeos viajando sobre las espaldas de gigantes que nos han precedido. En otras palabras, el número de personas capaces de tomar distancia, por así decirlo, y tratar de entender en términos significativos la lucha humana, su esfuerzo, su dificultad, es pequeño. La mayoría estamos contentos de vivir con sus pequeños o grandes descubrimientos que nos llegan a través de diferentes canales, muchas veces incuestionados.

El Mensaje de Dios en las lecturas de hoy, nos llega más o menos de la misma manera. Algunos  individuos parecen ser más capaces de captar de una manera maravillosa el mensaje de Dios para la raza humana. Estos elegidos, han compartido ese conocimiento con el resto de nosotros.

La Palabra de Dios que le llegó a Abraham, no fue algo abstracto que necesitó ser explicado en los libros, inexistentes por entonces.
Esa palabra fue transmitida y compartida desde una tradición de fe por vía oral y, finalmente, escrita en rollos. 



El encuentro de Abraham con Dios se produjo en el plano personal. La Biblia nos dice que Él era el amigo de Dios. Su bienvenida a los Mensajeros de Dios tiene todos los méritos y cualidades de la hospitalidad nómada oriental.

Abraham es un ejemplo supremo de la fe arraigada y la confianza profunda en Dios. Yahvé le pide dejar su tierra, salir de su propio clan, dejar de adorar sus dioses e ir a un destino desconocido. 
A cambio, Yahvé le promete que iba a ser padre de nuevas y numerosas personas. 

Abraham confió y respondió a esta llamada. Continuó incluso cuando había pocas esperanzas de que las promesas de Yahvé se fueran a cumplir. Cuando tenía su esperanza en el más bajo nivel, se le comunica que su esposa dará a luz un hijo. 

Reconfortado de nuevo, como cuando cargamos una batería, Abraham recupera su confianza en Yahvé. Y nació Isaac. 
Cuando se le pidió a Abraham que sacrifique a este precioso hijo, aunque con dolor, Abraham volvió a confiar.
Cumplió este sombrío pedido preguntándose en su corazón ¿Si Yahvé me pide esto, cómo podría su promesa hacerse realidad?

A pesar de todo, la confianza de Abraham en Yahvé nunca vaciló, y al final fue premiado por su confianza.  
Fue su fe la que justificó a Abraham delante de Dios. Esta misma fe la pasará a sus hijos y a todos los creyentes, incluyendo a nosotros mismos.

San Pablo nos dice cómo la Palabra de Dios, oculta a toda la humanidad durante siglos, llega por fin a los gentiles y no judíos.

En el Evangelio, el mensaje de Dios viene en persona a los hermanos María, Marta y Lázaro. Ellos ponen en práctica el don de la amistad con Jesús y forjan una vibrante relación con Dios en Cristo.
Recrean la hospitalidad oriental de Abraham y la brindan a Jesús.
Si Marta nos hace sentir un poco mal porque debe hacer el trabajo de la casa sola, María nos enseña que 
nuestra escucha a la palabra y al prójimo, le da valor a nuestra relación con Dios. Nuestra atención a Cristo y al prójimo nunca debe ser ahogada por el ajetreo de la vida cotidiana.  Aquí tenemos toda una teología de la contemplación, una guía sobre la manera de recibir la visita del Señor. 

Comienza desde la base de que no importa quién pueda ser nuestro visitante, siempre hay algo que aprender de él o ellos, algo que se puede ganar de ellos. El que toca nuestra puerta tiene siempre algo que decirnos, debemos escucharlo y comprenderlo.

Lo que realmente importa en el alboroto del mundo moderno, es hacer siempre un espacio para Dios en nuestras vidas. Que nos apropiemos del mensaje que Dios nos presenta continuamente, que lo hagamos propio. Que le permitamos guiarnos y formarnos. Que lo vivamos bien para que en nuestra muerte, se cumpla la voluntad de Dios para nosotros.
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Lecturas Bíblicas en lenguaje Latinoamericano para el Domingo 16 TO, C

Primera lectura: Gen 18, 1-10a
Un día, el Señor se le apareció a Abraham en el encinar de Mambré. Abraham estaba sentado en la entrada de su tienda, a la hora del calor más fuerte.

Levantando la vista, vio de pronto a tres hombres que estaban de pie ante él. Al verlos, se dirigió a ellos rápidamente desde la puerta de la tienda, y postrado en tierra, dijo: "Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte.
Haré que traigan un poco de agua para que se laven los pies y descansen a la sombra de estos árboles; traeré pan para que recobren las fuerzas y después continuarán su camino, pues sin duda para eso han pasado junto a su siervo".

Ellos le contestaron: "Está bien. Haz lo que dices". Abraham entró rápidamente en la tienda donde estaba Sara y le dijo: "Date prisa, toma tres medidas de harina, amásalas y cuece unos panes".

Luego Abraham fue corriendo al establo, escogió un ternero y se lo dio a un criado para que lo matara y lo preparara. Cuando el ternero estuvo asado, tomó requesón y leche y lo sirvió todo a los forasteros. Él permaneció de pie junto a ellos, bajo el árbol, mientras comían. Ellos le preguntaron: "¿Dónde está Sara, tu mujer?" Él respondió: "Allá, en la tienda". Uno de ellos le dijo: "Dentro de un año volveré sin falta a visitarte por estas fechas; para entonces, Sara, tu mujer, habrá tenido un hijo".
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Salmo Responsorial: Salmo 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5 (1a)

El hombre que procede honradamente y obra con justicia;
el que es sincero en sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia.
R. ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?

Quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino;
quien no ve con aprecio a los malvados pero honra a quienes temen al Altisimo.
R. ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?

Quien presta sin usura y quien no acepta soborno en perjuicio de inocentes.
Quienes vivan así serán gratos a Dios eternamente.
R. ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
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Segunda lectura: Col 1, 24-28
Hermanos: 
Ahora me alegro de sufrir por ustedes, 
porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, 
por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia.

Por disposición de Dios, 
yo he sido constituido ministro de esta Iglesia 
para predicarles por entero su mensaje, 
o sea el designio secreto que Dios 
ha mantenido oculto 
desde siglos y generaciones
y que ahora ha revelado 
a su pueblo santo.

Dios ha querido dar a conocer a los suyos 
la gloria y riqueza que este designio encierra para los paganos, 
es decir, que Cristo vive en ustedes y es la esperanza de la gloria. 
Ese mismo Cristo es el que nosotros predicamos 
cuando corregimos a los hombres 
y los instruimos con todos los recursos de la sabiduría, 
a fin de que todos sean cristianos perfectos.
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Aclamación antes del Evangelio: Lc 8, 15
R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran hasta dar fruto.
R. Aleluya.
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Evangelio: Lc 10, 38-42
En aquel tiempo,
entró Jesús en un poblado,
y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa.
Ella tenía una hermana, llamada María,
la cual se sentó a los pies de Jesús
y se puso a escuchar su palabra. 

Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres,
hasta que, acercándose a Jesús, le dijo:
"Señor, ¿no te has dado cuenta
de que mi hermana
me ha dejado sola con todo el quehacer? 
Dile que me ayude".

El Señor le respondió: "Marta, Marta,
muchas cosas te preocupan y te inquietan,
siendo así que una sola es necesaria.
María escogió la mejor parte
y nadie se la quitará".

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