Las parábolas de Jesús son muchas, pero su
enseñanza sigue siendo la misma:
cualquiera que comienza un proyecto importante
sin saber si tiene los medios y la energía para la tarea,
corre el riesgo de
terminar con un lío en sus manos.
Ningún agricultor comienza a construir
una
torre de vigilancia para su viñedo,
sin antes calcular lo que requiere el
trabajo.
Si el proyecto queda inacabado, quedará en ridículo ante sus vecinos.
Ningún gobernante irá a la guerra contra un enemigo poderoso
sin antes calcular
las posibilidades de la victoria final.
A primera vista, esto parece recomendar una
prudencia
una cautela alejadas de la osadía que suele pedir a sus seguidores.
Pero ese no es realmente el mensaje de esas comparaciones.
La misión que da a
sus seguidores es tan importante
que nadie debe comprometerse con ella sin
discernimiento.
Jesús llama a una reflexión madura.
Los dos protagonistas de
las parábolas deben sentarse a reflexionar.
Necesitamos sentarnos y ordenar
nuestros pensamientos, reflexionar juntos y decidir el camino a seguir.
Necesitamos más escucha del Evangelio juntos, para descubrir la llamada de Dios
hoy,
para despertar carismas y cultivar un estilo renovado de seguimiento de
Jesús.
En nuestros tiempos estamos viviendo un gran
cambio sociocultural.
No podemos difundir la fe en esta nueva fase de nuestro
mundo,
sin conocerla bien y comprenderla desde dentro.
¿Qué acceso al Evangelio
podemos ofrecer, si despreciamos o ignoramos el pensamiento,
los sentimientos y
el lenguaje de nuestro tiempo?
No podemos responder a los desafíos de hoy con
las estrategias de ayer.
Es imprudente actuar sin reflexión.
Nos estaríamos
exponiendo a la frustración, al ridículo o incluso al desastre.
Según la parábola,
la «torre inacabada» provocó la burla de su constructor.
Recordad el lenguaje
reflexivo de Jesús,
invitando a sus discípulos a ser «levadura» en medio de la
gente, o una pizca de «sal»
que da nuevo sabor a la vida de las personas.
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Lecturas en lenguaje Latinoamericano: TOC - XXIII
Domingo Ordinario
Primera
lectura: Sab 9, 13-19
¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios?
¿Quién es el que puede saber lo que el Señor tiene dispuesto?
Los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse,
porque un cuerpo corruptible hace
pesada el alma y el barro de que estamos hechos entorpece el entendimiento.
Con dificultad conocemos lo que hay sobre la
tierra
y a duras penas encontramos lo que está a nuestro alcance.
¿Quién podrá descubrir lo que hay en el cielo?
¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría,
enviando tu santo espíritu desde lo alto?
Sólo con esa sabiduría lograron los hombres
enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada.
Sólo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el
principio.
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Salmo Responsorial: Salmo 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 (1)
Tú haces volver al polvo a los humanos,
Diciendo a los mortales que retornen.
Mil años para ti son como un día
que ya pasó; como una breve noche.
R. Tú eres, Señor, nuestro refugio.
Nuestra vida es tan breve como un sueño;
Semejante a la hierba,
que despunta y florece en la mañana
y por la tarde se marchita y se seca.
R. Tú
eres, Señor, nuestro refugio.
Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos
sensatos.
¿Hasta cuando, Señor, vas a tener
compasión de tus siervos? ¿Hasta cuando?
R. Tú
eres, Señor, nuestro refugio.
Llénanos de tu amor por la mañana
y júbilo será la vida toda.
Haz, Señor, que tus siervos y sus hijos,
puedan mirar tus obras y tu gloria.
R. Tú
eres, Señor, nuestro refugio.
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Segunda
lectura: Fmn 9-10. 12-17
Querido hermano: Yo, Pablo, ya anciano y ahora, además, prisionero por la causa
de Cristo Jesús,
quiero pedirte algo en favor de Onésimo, mi hijo, a quien he
engendrado para Cristo aquí, en la cárcel.
Te lo envío. Recíbelo como a mí mismo.
Yo hubiera
querido retenerlo conmigo,
para que en tu lugar me atendiera, mientras estoy
preso por la causa del Evangelio.
Pero no he querido hacer nada sin tu consentimiento,
para que el favor que me haces no sea como por obligación, sino por tu propia
voluntad.
Tal vez él fue apartado de ti por un breve tiempo,
a fin de que lo recuperaras para siempre,
pero ya no como esclavo, sino como
algo mejor que un esclavo, como hermano amadísimo.
Él ya lo es para mí. ¡Cuánto
más habrá de serlo para ti,
no sólo por su calidad de hombre, sino de hermano
en Cristo!
Por tanto, si me consideras como compañero tuyo, recíbelo como a mí
mismo.
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Aclamación antes del Evangelio: Sal 118, 135
R. Aleluya, aleluya.
Señor, mira benignamente a tus siervos y enséñanos a cumplir tus mandamientos.
R. Aleluya.
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Evangelio: Lc
14, 25-33
En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre
y él, volviéndose a
sus discípulos, les dijo:
"Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su
padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos,
a sus hermanos y a sus hermanas,
más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo.
Y el que no carga su cruz y me
sigue, no puede ser mi discípulo.
Porque, ¿quién de ustedes, si quiere construir una
torre,
no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué
terminarla?
No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda
acabarla y todos los que se enteren
comiencen a burlarse de él, diciendo: 'Este
hombre comenzó a construir y no pudo terminar'.
¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se
pone primero a considerar
si será capaz de salir con diez mil soldados al
encuentro del que viene contra él con veinte mil?
Porque si no, cuando el otro
esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
Así pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a
todos sus bienes, no puede ser mi discípulo''.
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REFLEXIÓN ALTERNATIVA
Domingo 23vo. - Como Dios Trata a Sus Amigos
Los caminos de Dios son misteriosos, y nuestra incapacidad para
entenderlos
se enfatiza en la lectura de hoy del libro de la Sabiduría, y si
consideráramos el mensaje de las otras dos lecturas,
deberíamos preguntarnos,
¿por qué San Pablo debe sufrir, si ha dedicado la mayor parte de su vida
a la
difusión del evangelio de Cristo, termina prisionero en cadenas, seguido por la muerte
por violencia.
O bien, ¿por qué, como dice el evangelio, que para ser discípulos de Cristo debemos
llevar una cruz?
Una y otra vez, en nuestro camino por la vida, nos encontramos con el misterio del sufrimiento,
el misterio del camino de la cruz que Cristo nos llama a recorrer.
Una de las santas que sufrió todos sus días y que, a pesar de
ello, llevó una vida muy activa,
sin dejarse vencer nunca por sus tribulaciones, fue santa Teresa de Ávila, fundadora de las Carmelitas Descalzas.
Era una persona extraordinaria, que unía la santidad mística y sublime con la sensatez y el humor prácticos.
Cuando escuchó que su colaborador
cercano, San Juan de la Cruz, fue encarcelado
y era castigado como un renegado de
la Orden Carmelita, escribió: “Dios tiene
una forma terrible de tratar a sus amigos,
y en verdad no les hace ningún mal, ya que así trató a su propio Hijo,
Jesucristo.”
Entonces, si Cristo, el Santísimo Hijo de Dios, se sometió al sufrimiento y a
la muerte,
entonces nosotros, sus siervos, no podemos esperar ser tratados de
manera diferente a nuestro Maestro.
Y esto nos lo afirma categóricamente. “El que no carga su cruz y viene en pos
de mí, no puede ser mi discípulo”.
No imaginemos a Dios como quien se deleita impíamente en ver
sufrir a sus hijos.
Si ningún padre terrenal digno de ese nombre adoptaría tal actitud,
cuánto más nuestro Padre celestial,
que envió a su Hijo para mostrarnos su
amor, hasta el punto de sacrificarse por nosotros.
Esto plantea la pregunta, ¿por qué Cristo, en cumplimiento de la
voluntad del Padre, tuvo que sufrir?
De hecho, ¿por qué cualquiera de nosotros
debería sufrir?
Podemos abordar el problema de otra manera diciendo que todos
los sufrimientos,
especialmente los asociados con la muerte, son una evidencia
concreta del misterio del mal,
nuestra tendencia a trastornar el propósito de
Dios, en otras palabras, a cometer pecado.
Al final de la historia de la
creación en Génesis (1:31), se nos dice que
“Dios vio todo lo que
había hecho y verdaderamente era bueno”.
Por lo tanto, podemos decir que todo es verdaderamente bueno en la
medida en que sirve al propósito de Dios.
Es deslumbrantemente obvio que, tanto física como moralmente,
el mundo no es del todo bueno. El culpable es el pecado, que no sólo es
la raíz de todos los males, sino cuya misma existencia ahora muchos niegan.
En los evangelios nunca se sugieren que Jesús quería el
sufrimiento por sí mismo.
Su oración en Getsemaní fue: “Padre, si
es posible, pase de mí este cáliz” (Mt 26,39).
Pero el ejemplo de Jesús,
así como el de su madre sin pecado,
nos muestra que es imposible, incluso para las personas justas y virtuosas,
evitar el sufrimiento y los efectos del pecado en el mundo.
Cuando Pablo le rogó a Dios que lo curara de sus dolencias,
la respuesta que obtuvo fue: “Mi gracia
es todo lo que necesitas”. (2 Cor 12, 9s).
Luego escribió: “Con gusto sufro por ustedes,
y en mi cuerpo hago lo que puedo
para suplir todo lo que aún tiene que sufrir
Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).
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