domingo, 17 de abril de 2022

TOC - 2do Domingo de Pascua - Abran sus Puertas y sus corazones - Jn 20, 19-31

El miedo a lo que otros nos pueden encerrar en nosotros mismos, a construir castillos y puertas más fuertes
y a aislarnos más de los otros. 
Nos retiramos de las personas que nos hacen sentir incómodas
y nos volvemos duros y lentos para abrirnos
a quienes nos critican y nos juzgan.  
Dudamos en  compartir nuestras ideas y planes
con los que pensamos que no soportan tonterías. 
Casi siempre, el miedo a los demás nos puede retraer
y encerrar en nosotros mismos atrofiando nuestro crecimiento. 

Los discípulos, por el miedo de las autoridades judías
están encerrados en una habitación, se quedan allí
a pesar de que una emocionada María Magdalena
les anuncia que la tumba donde enterraron al Señor está vacía
y que ellas lo han visto. 

Nada parece suficiente para superar su miedo. 
¿Piensan que les harían lo que hicieron a Jesús?

El miedo los auto-exilia en un escondite que parece seguro. 
Cuando el mismo Señor resucitado se les aparece a puertas cerradas,
los saluda, se les acerca y les ayuda a superar su miedo t
odo cambia

Jesús los llenó de una nueva energía al soplar sobre ellos el Espíritu Santo. 
Reanima su esperanza y los libera de su miedo;
y más aún, los envía a todo el mundo y les confía su misión. 
"Como el Padre me envió, también yo los envío", dijo. 
Por el poder del Espíritu vuelven a la vida
y salen de su auto impuesta prisión a testimoniar al Señor resucitado. 


En los Hechos de Los Apóstoles,
Lucas comparte la imagen de los discípulos reunidos, con miedo pero juntos.
Describe una comunidad de creyentes, la iglesia,
dando testimonio de la resurrección tanto de palabra como por la calidad de su vida.

Para los discípulos de hoy 
También a nosotros nos pasa lo que a los primeros discípulos,
encerrarnos en nosotros mismos, a merced de los "golpes y flechas de la insultante fortuna"
que debilita nuestro seguimiento comprometido del Señor.
Como ellos, podemos caer en la tentación y renunciar a vivir profundamente nuestra fe.
La auto conservación puede impedirnos hacer lo que somos capaces de hacer con ayuda del Señor. 

Antiguas heridas que llevamos, e iniciativas fracasadas hacen que dudemos en volver a intentarlo.
Incluso si alguien aparece con el entusiasmo y esperanza de  María Magdalena
y nos propone hacer algo juntos, nos encogemos de hombros
y les dejamos seguir adelante y nos quedamos atrás para estar a salvo. 

El Evangelio nos indica una manera de salir de nuestro encierro autoimpuesto.
Si la experiencia de la Magdalena no nos impacta,
el Señor encontrará otro modo de entrar en nuestras vidas,
llenarnos de nueva vida y energía para su servicio.
No hay puertas ni corazones cerrados que puedan mantenerlo fuera, 


Él va a entrar al lugar de nuestro retiro
para remover lo que no nos deja salir. 
Él solo necesita un poco de apertura de nuestra parte;
aunque sea algún deseo de convertirnos en lo que estamos llamados a ser.
El Señor resucitado siempre re-crea y nos renovará con su amor. 

Pascua es un tiempo para celebrar esa buena noticia.

Los discípulos no reaccionaron ante el entusiasmo esperanzador
de María Magdalena que había visto al Señor. 

También Tomás estaba inconmovible e impasible ante el testimonio de los discípulos que le dijeron que también habían visto al Señor.
Tomás era una tuerca aún más difícil de ajustar o aflojar que los otros discípulos. 
Era una de esas personas que insisten en que se cumplan determinadas condiciones antes de hacer un movimiento, "Si no veo, no creo."  
Tal como lo hizo con los otros discípulos, el Señor se revela a Tomás en sus propios términos,
se acomoda a las exigencias de Tomás y le dice: "Pon tu dedo aquí." 
Tomás, desarmado, cae en adoración; su miedo y duda chocan con una infinita comprensión y acogida.

El evangelio nos recuerda que el Señor nos encontrará donde quiera que estemos, aunque dudemos o nos escondamos. 
Él toma en serio todos nuestros temores y dudas y a pesar de ellas quiere revelarse para fortalecernos y enviarnos.
Jesús actúa en nuestro propio terreno, sin importar que clase de terreno sea.
Allí nos dirá la palabra adecuada según nuestro estado personal de mente y corazón. 


No tenemos que entrar en ningún lugar especial para que el Señor participe en nuestra vida, en nuestra historia.
Él nos encuentra donde estemos, aún en el miedo o en la duda.
En este tiempo de Pascua, oremos pidiendo apertura para recibir al Señor que viene a nosotros
en las circunstancias concretas de nuestras propias vidas.
Pidamos para que también nosotros podamos decir con Tomás: "¡Señor mío y Dios mío".
Oremos también para que, como el Señor, recibamos a los demás donde están,
en vez de hacerlo desde donde nos gustaría que fueran.
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano, Ciclo C
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Primera lectura: Hch 5, 12-16
En aquellos días, los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y prodigios en medio del pueblo. 
Todos los creyentes solían reunirse, por común acuerdo, en el pórtico de Salomón.
Los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente los tenía en gran estima.


El número de hombres y mujeres que creían en el Señor iba creciendo de día en día,
hasta el punto de que tenían que sacar en literas y camillas a los enfermos
y ponerlos en las plazas, para que, cuando Pedro pasara,
al menos su sombra cayera sobre alguno de ellos.


Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén
y llevaba a los enfermos y a los atormentados por espíritus malignos, y todos quedaban curados
.
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Salmo Responsorial: Salmo 117, 2-4. 22-24. 25-27a
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”.
Diga la casa de Aarón: “Su misericordia es eterna”.
Digan los que temen al Señor: “Su misericordia es eterna”.
R. La misericordia del Señor es eterna. ¡Aleluya!

 La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor,
es un milagro patente.
Este es el día de triunfo del Señor:
día de júbilo y de gozo.
R. La misericordia del Señor es eterna. ¡Aleluya!

 Libéranos, Señor, y danos tu victoria.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Que Dios desde su templo nos bendiga.
Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine.
R. La misericordia del Señor es eterna. ¡Aleluya!
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Segunda lectura: Apoc 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Yo, Juan, hermano y compañero de ustedes en la tribulación,
en el Reino y en la perseverancia en Jesús,
estaba desterrado en la isla de Patmos,
por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús.

Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente,
como de trompeta, que decía: "Escribe en un libro lo que veas
y envíalo a las siete comunidades cristianas de Asia".

Me volví para ver quién me hablaba,
y al volverme, vi siete lámparas de oro,
y en medio de ellas, un hombre vestido de larga túnica,
ceñida a la altura del pecho, con una franja de oro.

Al contemplarlo, caí a sus pies como muerto; pero él,
poniendo sobre mí la mano derecha, me dijo: "No temas.
Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive.
Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos.
Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá.
Escribe lo que has visto, tanto sobre las cosas que están sucediendo, como sobre las que sucederán después".
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 20, 29
R. ¡Aleluya, Aleluya!
Tomás, tú crees porque me has visto. Dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor.
R. ¡Aleluya!
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Evangelio: Jn 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección,
estando cerradas las puertas de la casa
donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos,
se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
“La paz esté con ustedes”.
Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes.
Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.

Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo:
“Reciban el Espíritu Santo.
A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados;
y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo,
no estaba con ellos cuando vino Jesús,
y los otros discípulos le decían:
“Hemos visto al Señor”.

Pero él les contestó:
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos
y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos.
Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. 
Luego le dijo a Tomás:
“Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. 
Tomás le respondió:
“¡Señor mío y Dios mío!”
Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro.
Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
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