Primera lectura: Zacarías
12: 10-11; 13: 1
Zacarías profetiza un tiempo de gran luto.
Salmo responsorial: Salmo 63: 2-6.8-9
Un salmo de anhelo de volver a una relación cercana con Dios.
Segunda Lectura: Gálatas 3: 26–29
Para los bautizados, la unión con Cristo va más allá de todos
los límites.
Lectura del evangelio: Lucas 9: 18–24
Jesús pregunta a sus discípulos: "¿Quién dicen que soy
yo?"
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Jesús
está orando;
luego se dirige a los discípulos
para preguntarles quién dice que
es "la multitud".
Marcos sitúa este incidente en Cesarea de Filipo.
Lucas, sin embargo,
por la importancia que quiere dar a la oración en su
Evangelio,
la sitúa en el contexto de la oración de Jesús.
Los discípulos
contestan que la gente dice
que es uno de tantos profetas que han muerto,
desde
el reciente Juan Bautista
hasta un profeta de hace mucho tiempo.
Luego
pregunta directamente a los discípulos quién dicen que es él.
Pedro les
responde que Jesús es el Mesías de Dios.
Inmediatamente Jesús les dice que no
se lo digan a nadie,
no porque no quiera que la gente se entere,
sino porque no
entienden lo que significa ser el Mesías.
Luego, Jesús responde a su propia
pregunta sobre su identidad
explicando quién es él realmente: alguien que debe
sufrir, morir y resucitar al tercer día.
Luego
explica a todos los presentes qué es realmente el verdadero discipulado.
Significa seguir en el mismo camino del Mesías, sufriendo y muriendo.
La
verdadera vida se encuentra renunciando a la vida.
Palabra del Señor
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - XII Domingo - TOC
Primera Lectura: Lectura de la profecía de Zacarías 12, 10-11; 13,1
Mirarán al que atravesaron.
«Derramaré sobre la dinastía de David
y sobre
los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia.
Me mirarán a mí, a quien traspasaron,
harán
llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito.
Aquel día, será grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el
valle de Meguido.»
Aquel día, se alumbrará un manantial,
a la dinastía de David y a los habitantes
de Jerusalén, contra pecados e impurezas.
Palabra de Dios.
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Salmo Responsorial: Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9 (2b)
por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
R/. "Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios
mío."
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
R/. "Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios
mío."
Toda mi vida te
bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
R/. "Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios
mío."
Porque fuiste mi
auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene.
R/. "Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios
mío."
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Segunda Lectura: de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 3,
26-29
Los que han sido bautizados se han revestido de
Cristo.
Hermanos: Todos son hijos de Dios por la fe en
Cristo Jesús.
Los que se han incorporado a Cristo por el
bautismo se han revestido de Cristo.
Ya no hay distinción entre judíos y gentiles,
esclavos y libres, hombres y mujeres,
porque todos son uno en Cristo Jesús.
Y, si son de Cristo, son descendencia de Abrahán
y herederos de la promesa.
Palabra de Dios.
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 10, 27
R. Aleluya, aleluya.
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor; yo las conozco y ellas me siguen.
R. Aleluya.
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Tú eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre
tiene que padecer mucho.
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos,
había ido a un
lugar solitario para orar,
les preguntó:
"¿Quién dice la gente que soy
yo?"
Ellos contestaron:
"Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que
Elías,
y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado".
Él les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?"
Respondió Pedro: "El Mesías de Dios".
Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre
sufra mucho,
que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas,
que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".
Luego, dirigiéndose a la
multitud, les dijo:
"Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo,
que tome su cruz de cada día y me siga.
Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá;
pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará".
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