domingo, 29 de mayo de 2022

La Ascención: Él está con nosotros siempre - Lc 24, 46-53

Jesús es bastante claro acerca de su voluntad final para sus seguidores, ya en el evangelio escuchamos las instrucciones finales 
de Nuestro Señor, su última voluntad y su Testamento.
Justo antes de dejarlos, les recuerda lo que espera de ellos.
Antes los había enviado a difundir el Reino de Dios,
los hizo ir en su nombre, los mandó con su autoridad.

La autoridad de Jesús acompaña la misión. 
La tarea apostólica era difundir y compartir activamente el mensaje de salvación que él había enseñado. Esta misión es simple de entender pero difícil de llevar a cabo. Es enseñar a los demás todo lo que Jesús les había enseñado. Los discípulos que lo han seguido, 
deben pedir a otros que lo acepten y también lo sigan.
El mensaje y trabajo de conversión y salvación debe continuar 
de generación en generación, hasta el final de los tiempos.

Con las cosas que haces y las palabras que dices, cada día 
escribes con tu vida una nueva página del  evangelio de la vida. 
Si lo que escribes es fiel y verdadero, otros leerán lo que escribas allí 
y verán lo qué es el evangelio a través de tu vida.

Última voluntad y testamento
 En la versión de Mateo ahora añade esta gran promesa: "Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo"
Marcos dice que "el Señor obró con ellos y confirmó el mensaje con las señales que lo acompañaban”
Y Lucas subraya que serán "revestidos de poder de lo alto", es decir, con la inspiración del Espíritu Santo.

Aunque no lo vemos, Él todavía está con nosotros, guiándonos y apoyándonos. Cuando estamos solos, no necesariamente somos solitarios. 
Estar solo no es lo mismo que sentirse solo. Uno puede sentirse solo aún en medio de una calle llena de gente,  aún allí puede ser solitario.
Si estamos con el estado de ánimo correcto, podemos sentir, -como decía Cicerón-, non nobis, sed omnibus "no para nosotros, sino para todos" 
porque en realidad, "minus solum, quam cum solus" o también nunca menos solo que cuando está solo. 
El servir a otros puede ser una verdadera ayuda y remedio contra la soledad. 

La comunicación con nuestro Señor se realiza en la intimidad de nuestro corazón. 
Para hablar con Él no se necesitan palabras. 
Si estoy abierto a su presencia en mi vida, vivo consciente de su presencia y la atesoro, estaré siempre abierto a servir a los otros. 
Sirviendo a los otros puedo experimentar como los primeros cristianos, podemos experimentar plenamente esa "Alegría del Evangelio" 
que tan cálidamente nos describió nuestro buen Papa Francisco.

Como a sus discípulos, Él nos envía a hablar y actuar en su nombre. 
Él está con nosotros siempre... y su misión también es nuestra misión.

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Lecturas Bíblicas en lenguaje Latinoamericano, Solemnidad de la Ascensión del Señor
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Primera Lectura: Hch 1, 1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo,
después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido.
A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo
y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.

Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó:
“No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado:
Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”.


Los ahí reunidos le preguntaban: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?”
Jesús les contestó:
“A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad;
pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza
y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”.


Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos.
Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
“Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”.
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Salmo Responsorial: Salmo 46, 2-3. 6-7. 8-9 (6)

Aplaudan, pueblos todos, aclamen al Señor, de gozos llenos;
que el Señor, el Altísimo, es terrible y de toda la tierra, rey supremo.
R. Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.

Entre voces de júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende hasta su trono.
Cantemos en honor de nuestro Dios, al rey honremos y cantemos todos.
R. Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.

Porque Dios es el rey del universo, cantemos el mejor de nuestros cantos.
Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo.
R. Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
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Segunda Lectura: Ef 1, 17-23
Hermanos:
Pido al  Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, que les conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo.

Le pido que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento,
cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos
y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros,
los que confiamos en él, por la eficacia de su fuerza poderosa.

Con esta fuerza resucitó a Cristo de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo,
por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones,
y por encima de cualquier persona, no sólo del mundo actual sino también del futuro.

Todo lo puso bajo sus pies y a él mismo lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia,
que es su cuerpo, y la plenitud del que lo consuma todo en todo.
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O bien:

Heb 9, 24-28; 10, 19-23

Hermanos: Cristo no entró en el santuario de la antigua alianza, construido por mano de hombres
y que sólo era figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para estar ahora en la presencia de Dios, intercediendo por nosotros.

En la antigua alianza, el sumo sacerdote entraba cada año en el santuario para ofrecer una sangre que no era la suya;
pero Cristo no tuvo que ofrecerse una y otra vez a sí mismo en sacrificio,
porque en tal caso habría tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo.
De hecho, él se manifestó una sola vez, en el momento culminante de la historia,
para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.

Y así como está determinado que los hombres mueran una sola vez y que después de la muerte venga el juicio,
así también Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos.
Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado,
sino para la salvación de aquellos que lo aguardan y en él tienen puesta su esperanza.

Hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario,
porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo.
Asimismo, en Cristo tenemos un sacerdote incomparable al frente de la casa de Dios.

Acerquémonos, pues, con sinceridad de corazón,
con una fe total, limpia la conciencia de toda mancha y purificado el cuerpo por el agua saludable.
Mantengámonos inconmovibles en la profesión de nuestra esperanza,
porque el que nos hizo las promesas es fiel a su palabra.
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Aclamación antes del Evangelio: Mt 28, 19. 20

R. Aleluya, aleluya.
Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor,
y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.
R. Aleluya

Evangelio: Lc 24, 46-53
En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: 
“Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día,
y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén,
la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió.
Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.


Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo,
y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo.
Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo,
y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.

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Segunda Reflexión:

Mensaje clave:
¡¡No somos lo suficientemente inteligentes para dirigir nuestras propias vidas!!
¡Requerimos del Espíritu de Dios para dirigir nuestras vidas!

Acogedor:
Nuestro Señor Jesús comisionó a Sus Apóstoles a difundir la Buena Nueva de nuestro Señor Jesucristo a todo el mundo. Pero Él les pidió que “NO” comenzaran hasta recibir el Espíritu Santo, con todos los dones y carismas.
¿Por qué?
Una vez que el Espíritu de Dios esté en nosotros, el Espíritu de Dios obrará en nosotros ya través de nosotros.
Leemos en Hechos 10:38, que Dios ungió con el Espíritu Santo y poder a Jesús de Nazaret para que anduviera haciendo el bien.
Nuestro Señor Jesucristo esperó treinta años antes de comenzar Su ministerio. Sólo después de recibir el Bautismo del Espíritu Santo, comenzó Su ministerio. Todos los poderes curativos milagrosos fluyeron de Él. Cuando la mujer enferma tocó el borde del manto de Jesús, el poder fluyó de Él sin el conocimiento de nuestro Señor Jesús. Fue porque nuestro Señor Jesús fue lleno del Espíritu de Dios.
Vemos en la vida del Apóstol Pedro que era un simple pescador. La sombra del Apóstol Pedro fue suficiente para curar a las personas de enfermedades incurables después de recibir el Espíritu Santo.

¿Dudamos si recibiremos la poderosa unción del Espíritu Santo?
Consideremos nuevamente la vida del apóstol Pedro. En sus propias palabras, dijo que no conoce a nuestro Señor Jesús. El día de Pentecostés, cuando predicó, más de 3000 personas creyeron en nuestro Señor Jesucristo. Así que nuestros pecados pasados ​​no pueden impedir que recibamos el Espíritu Santo.

¿Quién puede recibir el Espíritu Santo? ¿Solo los Apóstoles están ungidos para recibir el Espíritu Santo con pleno poder?
En Lucas 11:13, nuestro Señor Jesús dice: "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?".
Nuestro Señor Jesucristo no dijo “personas especialmente ungidas”. Sólo dice “los que le piden”.

¿Cuál es la especialidad de los dones del Espíritu Santo?
En Juan 20:22, leemos "Dicho esto, sopló sobre ellos y dijo: Recibid el Espíritu Santo".
Los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo directamente de nuestro Señor Jesucristo. Pero aún no con los dones del Espíritu Santo. Así que no pudieron hacer grandes obras milagrosas como nuestro Señor Jesús.
Cuanta más y más unción del Espíritu Santo en nosotros, más y más dones operarán en nosotros.

¿Qué hacer para recibir el Espíritu Santo?
Nuestro Señor Jesús nos instruyó a pedir y recibir el Espíritu Santo (Lucas 11:13). Está buscando un corazón realmente anhelante de recibir el Espíritu Santo. Nuestro corazón anhelante por el Espíritu Santo es suficiente para que Él nos conceda el Espíritu Santo.

Apenas tenemos una semana más para el 'Día de Pentecostés'. Utilicemos nuestro tiempo plenamente en preparación para recibir la unción del Espíritu Santo.



Solemnidad de la Ascensión del Señor
VII Domingo de Pascua - Ascensión
VII Domingo de Pascua
Lectionary: 61

Primera Lectura: Hch 7, 55-60
En aquellos días, Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”.

Entonces los miembros del sanedrín gritaron con fuerza, se taparon los oídos y todos a una se precipitaron sobre él. Lo sacaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearlo. Los falsos testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven, llamado Saulo.

Mientras lo apedreaban, Esteban repetía esta oración: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después se puso de rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, se durmió en el Señor.
 

Salmo Responsorial: Salmo 96, 1 y 2b. 6 y 7c. 9
R. (1a y 9a) Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Reina al Señor, alégrese la tierra;
cante de regocijo el mundo entero.
El trono del Señor se asienta
en la justicia y el derecho.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.

Los cielos pregonan su justicia,
su inmensa gloria ven todos los pueblos.
Que caigan ante Dios todos los dioses. R. 
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.

Tú, Señor altísimo,
estás muy por encima de la tierra
y mucho más en alto que los dioses. R. 
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
 
Segunda Lectura: Apoc 22, 12-14. 16-17. 20
Yo, Juan, escuché una voz que me decía: “Mira, volveré pronto y traeré conmigo la recompensa que voy a dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, yo soy el primero y el último, el principio y el fin. Dichosos los que lavan su ropa en la sangre del Cordero, pues ellos tendrán derecho a alimentarse del árbol de la vida y a entrar por la puerta de la ciudad.

Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para que dé testimonio ante ustedes de todas estas cosas en sus asambleas. Yo soy el retoño de la estirpe de David, el brillante lucero de la mañana”.

El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!” El que oiga, diga: “¡Ven!” El que tenga sed, que venga, y el que quiera, que venga a beber gratis del agua de la vida.

Quien da fe de todo esto asegura: “Volveré pronto”. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!
 

Aclamación antes del Evangelio: Cfr Jn 14, 18
R.  Aleluya.
No los dejaré desamparados, dice el Señor;
me voy, pero volveré a ustedes
y entonces se alegrará su corazón.
R. Aleluya.
 
Evangelio: Jn 17, 20-26
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí.

Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos’’.

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