domingo, 17 de abril de 2022

TOC - 4to Domingo de Pascua - Yo soy el Buen Pastor - Jn 10, 27-30

Muchas veces, Jesús ilustra su enseñanza con referencias de pastores y ovejas.

Él mismo se presenta como el Buen Pastor anunciado por los profetas.
Esto lo muestra el Evangelio de hoy cuando describe la relación Buen Pastor-ovejas de Jesús. La imagen literaria es vieja pero el mensaje es actual y relevante.

Cuando por la fe aceptamos a Jesús, nuestra relación con Él se hace profundamente personal. El vínculo de amor que nos une a Él es el mismo amor que une a Él con el Padre. Nuestra existencia se funde con el amor y la fidelidad inquebrantable de Dios.

Hay que sintonizar nuestra mente con el sonido de su voz, permitir que Él dirija nuestros pasos por sus caminos. Cuando escuchamos y obedecemos a Jesús, nos merecemos el último gesto de amor de nuestra nueva existencia, recibimos la vida eterna como regalo gratuito de Padre a través de Jesús.
El egocentrismo puede hacernos sordos a la voz de Jesús, el facilismo puede hacernos vagar por los caminos más confusos y oscuros que los que Él mismo nos ha trazado.

Hoy en día, hay mucha presión, persecuciones, torturas y asesinatos que quieren obligarnos a  abandonar los principios cristianos, pero no debemos dar paso a la ansiedad, la desesperación y la angustia porque Dios es fiel. Él no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Nada ni nadie nos puede arrastrar lejos de él, porque el Padre nos ha confiado a su Hijo. El mismo Dios que muestra su fidelidad inquebrantable con Jesús al haberle levantado de los muertos, también nos resucitará con su poder.

Hoy, 12 de mayo de 2019, IV domingo de Pascua,
se celebra la LVI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.

El tema es "La valentía de arriesgar por la promesa de Dios".
Allí el Papa nos dice: "No hay mayor gozo que arriesgar la vida por el Señor. En particular a ustedes, jóvenes, me gustaría decirles: No sean sordos a la llamada del Señor. Si él les llama por este camino no recojan los remos en la barca y confíen en él".

Cada cristiano tiene una vocación orientada al servicio de los demás.
Muchos males persisten en nuestra sociedad porque la gente buena no se compromete, no dicen ni hace nada. Todos debemos cooperar en hacer de este mundo uno mejor para nuestra generación y las  venideras. Debemos comprometernos en la Misión al estilo le Jesús y sus Apóstoles.

En la primera lectura, Bernabé y Pablo hablan con valor y causan gran impacto en su audiencia. El anuncio valiente del Evangelio a nuestros contemporáneos puede ser tan fructífero como lo fue en los tiempos apostólicos. Todos los bautizados, en especial los confirmados, estamos obligados a difundir nuestra fe en el Jesús vivo y victorioso. Los laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas estamos al servicio del Señor resucitado y su Iglesia.

En la segunda lectura, la magnífica visión de Juan representa la felicidad del cielo.
Nuestros hermanos y hermanas, muchos de los cuales sufrieron persecución y martirio, ahora ven a Dios como realmente es. Se regocijan en su presencia en el amor satisfecho y total.

Aunque todavía estamos en nuestro camino peregrino, la resurrección nos da una base firme para la esperanza de que finalmente compartiremos la felicidad de Jesús. Entonces, estaremos unidos con quienes amamos y nos aman en la comunión de los santos y santas.

En su Apocalipsis, Juan nos hace sentir que la liturgia que estamos celebrando y la liturgia del cielo son dos partes de un mismo canto de alabanza, eterno y definitivo. Este canto se actualiza a través del Cristo glorioso y triunfal que está sentado en el trono.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno,
condúcenos
hacia los gozos celestiales,
para que tu rebaño,
a pesar de su debilidad,
llegue a la gloria
que le alcanzó la fortaleza
de Jesucristo, su pastor.
Que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios,
por los siglos de los siglos. ¡Amén!


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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - 4to Dom de Pascua - ciclo C

Primera lectura: Hch 13, 14. 43-52
En aquellos días, Pablo y Bernabé prosiguieron su camino desde Perge hasta Antioquía de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.

Cuando se disolvió la asamblea, muchos judíos y prosélitos piadosos acompañaron a Pablo y a Bernabé, quienes siguieron exhortándolos a permanecer fieles a la gracia de Dios.

El sábado siguiente, casi toda la ciudad de Antioquía acudió a oír la palabra de Dios. Cuando los judíos vieron una concurrencia tan grande, se llenaron de envidia y comenzaron a contradecir a Pablo con palabras injuriosas. 

Entonces Pablo y Bernabé dijeron con valentía: “La palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes; pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos. 

Así nos lo ha ordenado el Señor, cuando dijo: Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra”. 

Al enterarse de esto, los paganos se regocijaban y glorificaban la palabra de Dios, y abrazaron la fe todos aquellos que estaban destinados a la vida eterna. 

La palabra de Dios se iba propagando por toda la región. Pero los judíos azuzaron a las mujeres devotas de la alta sociedad y a los ciudadanos principales, y provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé, hasta expulsarlos de su territorio. 

Pablo y Bernabé se sacudieron el polvo de los pies, como señal de protesta, y se marcharon a Iconio, mientras los discípulos se quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.

Salmo Responsorial: Salmo 99, 2. 3. 5 
Alabemos a Dios todos los hombres,
sirvamos al Señor con alegría y con júbilo entremos en su templo.
R. El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya. 

Reconozcamos que el Señor es Dios,
que él fue quien nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño.
R. El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya. 

Porque el Señor es bueno, bendigámoslo,
Porque es eterna su misericordia y su fidelidad nunca se acaba.
R. El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya. 

Segunda lectura: Apoc 7, 9. 14b-17
Yo, Juan, vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla.

Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca y llevaban palmas en las manos. 

Uno de los ancianos que estaban junto al trono, me dijo: “Éstos son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero.

Por eso están ante el trono de Dios y le sirven día y noche en su templo, y el que está sentado en el trono los protegerá continuamente. 

Ya no sufrirán hambre ni sed, no los quemará el sol ni los agobiará el calor.

Porque el Cordero, que está en el trono, será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima”. 

Aclamación antes del Evangelio: Jn 10, 14
R. Aleluya, aleluya.
Yo soy el buen pastor, dice el Señor; yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
R. Aleluya.


Evangelio: Jn 10, 27-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz;
yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás;
nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos,
y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”.

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