Primera lectura: 2 Samuel 12: 7-10.13
El juicio de Dios sobre David por tomar la esposa de otro hombre.
Salmo responsorial: Salmo 32, 1-2,5,7,11
Una
oración por el perdón.
Segunda Lectura: Gálatas 2: 16.19-21
Somos justificados por la fe en Jesucristo.
Lectura del evangelio: Lucas 7: 36—8: 3
Una mujer pecadora unge los pies de Jesús.
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El pasaje evangélico de hoy, así como de los capítulos 8 y 9,
muestran la preocupación de Lucas
sobre la identidad de Jesús como el Mesías,
uno que es más grande que un profeta.
A lo largo del capítulo, Jesús ha realizado milagros similares
a los de los profetas del Antiguo Testamento.
Cuando el Bautista envió a algunos de sus discípulos hacia Jesús para preguntarle quién era, Jesús enumeró los milagros que le habían visto hacer y luego se comparó con el Bautista para demostrar que era más grande que Juan.
En el Evangelio de hoy, Jesús se sienta a comer en casa de Simón, un fariseo.
Una mujer pecadora se le acerca, cae de rodillas, moja sus pies con sus lágrimas,
los seca con su cabello y luego los unge con aceite.
Una escena similar ocurre en los otros tres Evangelios,
pero en esas versiones la unción tiene lugar en Betania, cerca de Jerusalén, antes de la Pascua.
En los otros tres evangelios, esta unción se relaciona
con su proclamación rey por la multitud cuando entró en Jerusalén.
También se relacionaba con su unción como preparación para su entierro.
En Lucas, la unción tiene lugar al norte, en Galilea, al principio de su ministerio.
Simón el fariseo desafía a Jesús, diciéndole que
un profeta seguramente sabría que una persona pecadora lo estaba tocando.
Jesús responde contando una historia sobre la verdadera naturaleza del perdón.
Dos hombres deben dinero.
Uno debe una cantidad que equivaldría a 500 días de salario.
El otro debe 50 días de salario.
Sin embargo, el prestamista perdona la deuda de ambos cuando se lo piden.
Simón se ve forzado a admitir que el que canceló la deuda más grande
probablemente ama más al prestamista.
Después de contar la historia,
Jesús se vuelve hacia la mujer y le dice que sus pecados están perdonados.
En esta escena vemos que Jesús hace más que curar dolencias físicas,
como lo habían hecho los profetas del pasado. Él también perdona los pecados.
Esto deja a la multitud preguntándose:
"¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?"
Esta pregunta es respondida en el capítulo 9 por Pedro
cuando profesa que Jesús es el Mesías y en la Transfiguración
cuando la voz del cielo declara: "Este es mi Hijo elegido".
Al principio pueden parecer desconectados de la escena anterior.
Pero sirven para mostrar el ministerio de Jesús
comenzando a moverse de un pueblo y aldea a otro, proclamando el Reino de Dios,
hasta que finalmente llega a Jerusalén.
tres de las cuales Lucas nombra. Es significativo que estén vinculados con los Doce,
y parecen ser igualmente importantes para el ministerio de Jesús.
Son las mujeres las que satisfacen las necesidades de estos viajeros con sus propios recursos.
Aunque en la sociedad palestina las mujeres tenían un papel mucho menor que los hombres,
en el evangelio de Lucas se las muestra como iguales.
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Lecturas en Lenguaje Latinoamericano - XI Domingo ordinario
Primera
lectura: 2 Sm 12, 7-10. 13
En aquellos días, dijo el profeta Natán al rey David: "Así dice el Dios
de Israel:
'Yo te consagré rey de Israel y te libré de las manos de Saúl,
te confié la casa de tu señor y puse sus mujeres en tus brazos;
te di poder sobre Judá e Israel, y si todo esto te parece poco,
estoy dispuesto a darte todavía más.
¿Por qué, pues, has despreciado el mandato del Señor,
haciendo lo que es malo a sus ojos?
Mataste a Urías, el hitita, y tomaste a su esposa por mujer.
A él lo hiciste morir por la espada de los amonitas.
Pues bien, la muerte por espada no se apartará nunca de tu casa,
pues me has despreciado,
al apoderarte de la esposa de Urías, el hitita, y hacerla tu mujer' ".
David le
dijo a Natán: "¡He pecado contra el Señor!"
Natán le respondió: "El Señor te perdona tu pecado. No morirás".
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Salmo
Responsorial: Salmo 31, 1-2. 5. 7. 11 (cf. 5c)
Dichoso aquel que ha sido absuelto
de su culpa y su pecado.
Dichoso aquel en el que Dios no encuentra
ni delito ni engaño.
R. Perdona, Señor, nuestros
pecados.
Ante el
Señor reconocí mi culpa,
no oculté mi pecado.
Te confesé, Señor, mi gran delito
y tú me has perdonado.
R. Perdona, Señor, nuestros
pecados.
Por eso, en el momento de la angustia,
que todo fiel te invoque,
y no alcanzarán las grandes aguas,
aunque éstas se desborden.
R. Perdona, Señor, nuestros
pecados.
Alégrense con el Señor y regocíjense los justos todos,
y todos los hombres de corazón sincero canten de gozo.
R. Perdona, Señor, nuestros
pecados.
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Segunda lectura: Gal 2, 16. 19-21
Hermanos: Sabemos que el hombre no llega a ser justo por cumplir la ley,
sino por creer en Jesucristo.
Por eso también nosotros hemos creído en Cristo Jesús,
para ser justificados por la fe en Cristo y no por cumplir la ley.
Porque nadie queda justificado por el cumplimiento de la ley.
Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí.
Pues mi vida en este mundo la vivo en la fe que tengo en el Hijo de Dios,
que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Así no vuelvo inútil la gracia de Dios,
pues si uno pudiera ser justificado por cumplir la ley, Cristo habría muerto en vano.
Aclamación antes del Evangelio: Cfr 1 Jn 4, 10b
R. Aleluya, aleluya.
Dios nos amó y nos envió a su Hijo,
como víctima de expiación por nuestros pecados.
R. Aleluya.
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Evangelio: Lc 7, 36–8, 3
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él.
Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa.
Una mujer de mala vida en aquella ciudad,
cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo,
tomó consigo un frasco de alabastro con perfume,
fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar,
y con sus lágrimas bañaba sus pies, los enjugó con su cabellera,
los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar:
"Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer
es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora".
Entonces Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte".
El fariseo contestó: "Dímelo, Maestro".
Él le dijo: "Dos hombres le debían dinero a un prestamista.
Uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta.
Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?"
Simón le respondió: "Supongo que aquel a quien le perdonó más".
Entonces Jesús le dijo: "Has juzgado bien".
Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer?
Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies,
mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos.
Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies.
Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume.
Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho.
En cambio, al que poco se le perdona, poco ama".
Luego le dijo a la mujer: "Tus pecados te han quedado perdonados".
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos:
"¿Quién es éste, que hasta los pecados perdona?"
Jesús le dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado; vete en paz".
Después de esto, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados
predicando la buena nueva del Reino de Dios.
Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres
que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades.
Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes;
Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.
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O bien: LC 7, 36-50
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a
comer con él.
Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa.
Una mujer
de mala vida en aquella ciudad,
cuando supo que Jesús iba a comer ese día en
casa del fariseo,
tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se
puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar,
y con sus lágrimas bañaba sus pies,
los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo había invitado
comenzó a pensar:
"Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer
es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora".
Entonces Jesús le dijo: "Simón, tengo algo
que decirte".
El fariseo contestó: "Dímelo, Maestro".
Él le
dijo: "Dos hombres le debían dinero a un prestamista.
Uno le debía
quinientos denarios y el otro, cincuenta.
Como no tenían con qué pagarle, les
perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?"
Simón le
respondió: "Supongo que aquel a quien le perdonó más".
Entonces Jesús le dijo: "Has juzgado
bien".
Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón:
"¿Ves a esta mujer?
Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies,
mientras que ella me
los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos.
Tú no me
diste el beso de saludo; ella,
en cambio, desde que entró, no ha dejado de
besar mis pies.
Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha
ungido los pies con perfume.
Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son
muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho.
En cambio, al que
poco se le perdona, poco ama".
Luego le dijo a la mujer: "Tus pecados
te han quedado perdonados".
Los invitados empezaron a preguntarse a sí
mismos:
"¿Quién es éste, que hasta los pecados perdona?"
Jesús le
dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado; vete en paz".
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