Primera Lectura: Gen 14, 18-20: Melquisedec trajo pan y vino y pronunció una bendición.
Salmo Responsorial: Salmo 109, 1. 2. 3. 4: Glorifica al Señor, Jerusalén.
Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23-26: proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Secuencia: Lauda Sion, al Salvador
alabemos.
Lc 9, 11-17: Todos comieron y se llenaron.
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Sentarse juntos a comer genera sentimientos de especial unión.
Cada cual tendrá sus propios recuerdos de compañía en la mesa
o compañerismo. Muchos recuerdos serán experiencias felices de celebración y risas, de amor recibido y compartido.
Algunos recuerdos en la mesa pueden ser tristes,
momentos en los que somos más conscientes
de uno que está ausente que de los que están presentes.
En tres años, Jesús compartió muchas veces la mesa con sus discípulos.
Es probable que, al compartir la comida con ellos, también compartiera
su visión del reino de Dios. En la mesa, los discípulos absorbieron algo
de la mente, el corazón y el espíritu de Jesús.
De todas las comidas que compartió con ellos, la comida que permaneció en su memoria más que cualquier otra
fue la última comida juntos, lo que se conoció como la última cena.
Lucas nos relata en el evangelio de hoy lo acontecido en esa última cena.
Esta última comida que Jesús compartió con sus discípulos quedó en su memoria,
capturando la imaginación de generaciones de discípulos hasta la nuestra.
Jesús hizo más que compartir su visión con los discípulos; se entregó a ellos como nunca antes lo había hecho,
y de una manera que anticipó la forma en que moriría por ellos y por todos, al día siguiente.
Al darse a sí mismo en la forma del pan y el vino de la comida, se declaraba a sí mismo como su comida y bebida.
Al llamarlos a comer y beber con él, les estaba pidiendo que tomaran posición con él,
que se entregaran a él como él se estaba entregando a ellos.
Jesús tuvo la intención de que su última cena fuera un comienzo más que un final.
Era la primera Eucaristía, instituida por el mismo Cristo.
Fue por esa cena y por lo que sucedió allí que hoy estamos con él y somos su Iglesia.
Desde esa última cena, la iglesia se ha reunido regularmente en su nombre,
para hacer y decir lo que él hizo y dijo en esa última cena: bendecir el pan y vino,
partir el pan y compartir pan y vino tal y como los discípulos comieron y bebieron.
Pablo explica a los Corintios el verdadero sentido comunitario de la Eucaristía.
Les dice que en Espíritu y en verdad, todos estamos unidos en la Eucaristía en el cuerpo y la sangre de Cristo,
estamos en comunión (común - unión) entre todos y con Él.
Bebiendo el Cáliz, comiendo el Pan, damos el verdadero sentido a la fe comprometida
por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega, a los hermanos y hermanas en Cristo.
Hoy, Jesús sigue dándose como comida y bebida a sus seguidores. Continúa exigiendo a sus seguidores que tomen posición con él,
que asuman todo lo que él representa, viviendo según sus valores,
caminando en su camino, incluso si eso significa la cruz.
Cada vez que venimos a Misa y recibimos la Eucaristía,
estamos haciendo una serie de declaraciones importantes.
Estamos reconociendo a Jesús como nuestro pan de vida,
como el único que puede saciar nuestras hambres más profundas.
También estamos declarando que echaremos nuestra suerte con él, por así decirlo, que seguiremos su camino y le seremos fieles toda nuestra vida, en respuesta a su fidelidad hacia nosotros.
En ese sentido, celebrar la Eucaristía no es algo que se haga a la ligera.
Nuestra familiaridad con la Misa y la frecuencia con la que la celebramos
puede adormecer nuestros sentidos al pleno significado de lo que estamos haciendo.
Cuando nos reunimos para la Eucaristía, nos encontramos una vez más en ese aposento alto con los primeros discípulos,
y la última cena con todo lo que significó se hace presente de nuevo para nosotros.
Solo desde la fe,
podemos afirmar en verdad que Jesús es el Pan de Vida, el que ha venido de
arriba,
desde Dios, a este mundo limitado e insaciable, para saciar las
hambrunas profundas del corazón humano.
Sacia nuestras insatisfacciones; el
cansancio de la vida, el sin sentido, los anhelos del corazón.
En este Pan de
vida nos da un remedio saludable.
Cambia el lugar de nuestras soledades y
aislamientos en habitación de comunión de vida.
El creyente ya no vive para sí
mismo, es consagrado, poseído por una presencia que lo transforma,
le hace
eterno y le da sentido pleno a su existencia.
Este Evangelio relaciona esta
comida especial, única y sin precedentes, con el sacrificio de Jesús:
En ella
comemos su cuerpo, bebemos su sangre.
Al comulgar el cuerpo y la sangre de
Cristo no solo lo recibimos, nos identificamos, nos unimos,
y sobre todo nos capacitamos
para dar, ofrecer, entregar una vida digna, semejante a aquel a quien
comulgamos.
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pues era sacerdote del Dios altísimo,
“Bendito sea Abram de parte del Dios altísimo,
creador de cielos y tierra;
y bendito sea el Dios altísimo,
que entregó a tus enemigos en tus manos”.
Y Abram le dio el diezmo de todo lo que había rescatado.
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Salmo Responsorial: Salmo 109, 1. 2. 3. 4 (4bc)
Esto
ha dicho el Señor a mi Señor:
“Siéntate a mi derecha;
yo haré de tus contrarios el estrado
donde pongas los pies”.
R. Tú eres sacerdote para siempre.
Extenderá
el Señor desde Sión tu cetro poderoso
y tú dominarás al enemigo.
R. Tú eres sacerdote para siempre.
Es
tuyo el señorío;
el día en que naciste en los montes sagrados,
te consagró el Señor antes del alba.
R. Tú eres sacerdote para siempre.
Juró
el Señor y no ha de retractarse:
“Tú eres sacerdote para siempre. como Melquisedec”.
R. Tú eres sacerdote para siempre.
Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23-26
Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido:
Que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos,
y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
“Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre.
Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él”.
Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz,
proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.
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Sequencia
Lauda Sion
Al Salvador alabemos,
que es nuestro pastor y guía.
Alabémoslo con himnos
y canciones de alegría.
Alabémoslo sin límites
y con nuestras fuerzas todas;
pues tan grande es el Señor,
que nuestra alabanza es poca.
Gustosos hoy aclamamos
a Cristo, que es nuestro pan,
pues él es el pan de vida,
que nos da vida inmortal.
Doce eran los que cenaban
y les dio pan a los doce.
Doce entonces lo comieron,
y, después, todos los hombres.
Sea plena la alabanza
y llena de alegres cantos;
que nuestra alma se desborde
en todo un concierto santo.
Hoy celebramos con gozo
la gloriosa institución
de este banquete divino,
el banquete del Señor.
Ésta es la nueva Pascua,
Pascua del único Rey,
que termina con la alianza
tan pesada de la ley.
Esto nuevo, siempre nuevo,
es la luz de la verdad,
que sustituye a lo viejo
con reciente claridad.
En aquella última cena
Cristo hizo la maravilla
de dejar a sus amigos
el memorial de su vida.
Enseñados por la Iglesia,
consagramos pan y vino,
que a los hombres nos redimen,
y dan fuerza en el camino.
Es un dogma del cristiano
que el pan se convierte en carne,
y lo que antes era vino
queda convertido en sangre.
Hay cosas que no entendemos,
pues no alcanza la razón;
más si las vemos con fe,
entrarán al corazón.
Bajo símbolos diversos
y en diferentes figuras,
se esconden ciertas verdades
maravillosas, profundas.
Su sangre es nuestra bebida;
su carne, nuestro alimento;
pero en el pan o en el vino
Cristo está todo completo.
Quien lo come, no lo rompe,
no lo parte ni divide;
él es el todo y la parte;
vivo está en quien lo recibe.
Puede ser tan sólo uno
el que se acerca al altar,
o pueden ser multitudes:
Cristo no se acabará.
Lo comen buenos y malos,
con provecho diferente;
no es lo mismo tener vida
que ser condenado a muerte.
A los malos les da muerte
y a los buenos les da vida.
¡Qué efecto tan diferente
tiene la misma comida!
Si lo parten, no te apures
sólo parten lo exterior;
en el mínimo fragmento
entero late el Señor.
Cuando parten lo exterior,
sólo parten lo que has visto;
no es una disminución
de la persona de Cristo.
El pan que del cielo baja
es comida de viajeros.
Es un pan para los hijos.
¡No hay que tirarlo a los perros!
Isaac, el inocente,
es figura de este pan,
con el cordero de Pascua
y el misterioso maná.
Ten compasión de nosotros,
buen pastor, pan verdadero.
Apaciéntanos y cuídanos
y condúcenos al cielo.
Todo lo puedes y sabes,
pastor de ovejas, divino.
Concédenos en el cielo
gozar la herencia contigo. Amén.
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor;
el que coma de este pan vivirá para siempre.
R. Aleluya.
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Evangelio: Lc 9, 11-17
En aquel tiempo, Jesús habló del Reino de Dios a la multitud y curó a los enfermos.
Cuando caía la tarde, los doce apóstoles se acercaron a decirle:
“Despide a la gente para que vayan a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida,
porque aquí estamos en un lugar solitario”.
Él les contestó: “Denles ustedes de comer”.
Pero ellos le replicaron:
“No tenemos más que cinco panes y dos pescados;
a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar víveres para toda esta gente”.
Eran como cinco mil varones.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Hagan que se sienten en grupos como de cincuenta”.
Así lo hicieron, y todos se sentaron.
Después Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados,
y levantando su mirada al cielo, pronunció sobre ellos una oración de acción de gracias,
los partió y los fue dando a los discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente.
Comieron todos y se saciaron, y de lo que sobró se llenaron doce canastos.
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Mis manos, esas manos
y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte
y en Tu vida.
Unidos en el pan los
muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos
ser comida,
El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.
Llamados por la luz de
Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo
Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.
(Pedro Casaldáliga)
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